martes, 12 de enero de 2016

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Me desperté en la azotea de aquel edificio con el viento golpeándome la cara. No pude recordar cómo había llegado allí. Intenté ponerme en pie pero noté un insoportable dolor en el brazo: lo tenía roto por el cúbito. Toda la situación iba de mal en peor. De repente, un grito a lo lejos me hizo olvidar el dolor que sentía. Volví a intentar incorporarme, en esta ocasión con más éxito, y empezaron a llegar imágenes a mi cabeza. Uno de los amigos del Señor Rodrigues había resultado ser un mentiroso aliado con varios de los rehenes. Mientras hacíamos guardia, el sinvergüenza había sacado una pistola y me había disparado al brazo, aprovechó mi debilidad para liberar a sus compañeros y huir. Aun con el increible dolor de la bala en mi carne, intenté seguirlos corriendo escaleras arriba por el moderno edificio de tres plantas. Pero al llegar a la máxima altura y salir al tejado, el dolor ganó el pulso a mi consciencia y me desmayé. Lo último que recuerdo es ver a uno de los rehenes saltando a la azotea contigua.
Pero no era momento de lamentarse, si todo seguía igual, quedaba todavía una rehén maniatada en el sótano. Bajé velozmente pero mis ojos no dieron crédito al llegar y ver al Señor Rodrigues sangrante y tendido en el suelo. Me acerqué para averiguar si seguía vivo, apoyé mi oído izquierdo en su pecho y pude escuchar su último alegato: "mata a Silvia Cano"...

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